martes, 30 de julio de 2013

Caos.

Me gustaba porque me reñía cuando se me veían las bragas, supongo que pensaba que sentarse de esa manera en aquel local no era algo propio de una señorita de dieciocho años; pero a mi me hacía reír. Sabía que debajo de esa máscara de tío borde se le llenaban las ganas de besarme y creo que allí estaba yo para desbordarlas. Y sabía, además, que cuando le mostraba mi sonrisa traviesa él también sonreía por dentro y en su mente hacíamos un huracán de gemidos. Y yo a veces soñaba. Soñaba que sus manos eran como dos mariposas que juegan a posarse en mi cuerpo con toda la delicadeza del polvo de sus alas, y claro, vaya cursilada -pensaba yo. Pero él me decía que hasta el aleteo de una mariposa puede cambiar este puto mundo. Y yo le tapaba la boca, mientras me enganchaba a su espalda, para que se callase de una vez y no se enganchara también mi corazón.

A veces también hablábamos del paso del tiempo. Yo decía que era algo fijado y establecido y él renfunfuñaba y argumentaba en mi contra. Me ponía. Y me hablaba del Caos, de que el mundo no sigue estrictamente el modelo del reloj, de que todo puede cambiar en un par de horas, como un tren que se marcha y no vuelve.

Y supongo que tenía razón, pero estaba claro que yo no iba a dejarme ganar, así que me hacía la indignada mientras le enseñaba mis bragas.

lunes, 8 de julio de 2013

Intoxicados.

Llenarte el corazón de mierda te hacía feliz, pero llenas y llenas, y al final, se desborda. Y cuando se desborda no puedes dar marcha atrás, no puedes volver a llenar el vaso, no puedes volver a coser el roto. Mírate tío, estás perdido y tú eres tu propio tóxico. Contaminándote, sintiendo más que nadie, sí... pero al fin y al cabo, muriendo.

Morías lento. Pero parecías muy vivo cuando mirábamos las estrellas por el balcón, yo siempre buscaba mi constelación favorita donde tú sólo veías puntos. Me decías: ¡Ahí está!, y yo asentía y sonreía, pero aquella no era mi constelación. Te hacía sentir feliz y yo también me intoxicaba un poco. No era feliz, pero lo parecía.

Tiramos todos los calendarios para no tener la tentación de ir tachando los días, porque ya sólo nos llevaban al Fin. Cada día pasaba más rápido entre acordes de guitarras, balcones, mar, muchos llantos a escondidas, pero yo seguía pareciendo feliz.

Y cuando mueres, las constelaciones se rompen, son sólo puntos, sólo lunares, esperando que vuelvas a unirlos. Pero para ti nada había cambiado, porque ya estabas muerto antes de morir.



Escrito el 6 de julio en la orilla del mar, mirando las constelaciones  r o t a s 
y cuando el cielo, al fin, decidió regalarme una estrella 


fugaz.