Siempre me han dicho que escribo bien, no sé si es cierto, realmente no es algo a lo que le de mayor importancia. Escribo porque me siento bien, porque me sienta bien. No pretendo complacer a nadie, sino a mi misma, porque este blog es quizás lo único de lo que me siento plenamente orgullosa. La razón de por qué os cuento esto es que hace unos días me dijeron que quizás pudiera dar más de mi, que todo el rollo sensiblero que despertaba estaba genial, pero que igual debería aventurarme a hacer cambios a algo que satisfaga un poco más mi ánimo lingüístico. ¿Y qué sabrán ellos de lo que me satisface lingüísticamente hablando?.
Cualquiera que me conozca un poco sabe que no me dejo guiar por consejos ajenos por lo que mi respuesta fue algo así como que yo siempre he sido más emocional que racional. Y no sé. Si me ha ido bien para qué cambiar. No pretendo hacerlo, los cambios han surgido solos desde ese dos mil nueve, porque he aprendido, y porque he vivido, y porque he sentido.
Hablar de sentimientos siempre ha sido lo mío. Prefiero sentir. Prefiero vivir.
Porque escribir me da la vida,
porque me gusta sentirme la hija de las letras,
letras que todas ellas forman un orgasmo de ángeles,
al que si quieres, para ser más racional,
puedes llamar
poesía.